Alguien ya partió

 

 

“Me gusta sentirme fuerte y sano bajo la luna llena

Y levantarme cantando alegremente a saludar al sol”.

Walt whitman

                                 

Me contó que apareció por ahí, que se cayó, que alguien llora su ausencia, que tal vez mañana estará listo para partir; sin embargo, él lo retiene con cariño. Un día más es la oportunidad para reconocer que en este mundo aún se dan los ´héroes anónimos, los que no reciben medallas por sus valientes actos, aquellos que en el silencio vigilan y a la vez se detienen porque en la distancia algo les llama la atención…se acercan y entienden que están para servir.

 

 

En mi memoria acuden presurosas imágenes de gatos, perros, burros en las comparsas de otros años, abejas que vivían en panales, gracias al padre Matta, aves ocasionales, que se posan en el magnolio o en los arbustos que limitan el liceo, lombrices y moscas, redes de telarañas que en los extramuros atrapan insectos y controlan así plagas; palomas y mirlas que en las frías madrugadas ejercitan el noble oficio de espulgar el campo de fútbol con el ánimo de recoger el alimento que la noche ida dejó por ahí; sin olvidar al copetón sabanero que en tímidas carreras y vuelos sin rumbo van de aquí para allá, como la palomita “Maracaibera” que en el descuido de comensales se infiltra en el comedor para dar con el festín de las migajas luego de que el último de los niños salió presuroso a patear un balón y ganarle así a la campana, que con su tilín, le recuerda que es hora de regresar al silencio y a la escucha de una clase más. La fauna es prolífica, aunque al ojo no es muy visible que digamos.

Entre turno y turno, me contó que se repartieron para su cuidado, no lo “bautizaron”, pues, creo yo que nunca lo vieron como mascota. Lo vi entre una caja, luego en la mesa de recepción, bajo la mirada mística de un Agustín que observa el infinito. Da saltos y parece que se va a caer, es inseguro y tímido y de su falso plumaje se esconde un frío demoledor, muy propio de las penumbras bogotanas.

Recuerdo un proyecto innovador: alguien tuvo la idea de cultivar el amor por las mascotas y en particular por un cachorrito. Cada niño tenía más que un derecho, el deber de llevárselo el fin de semana para darle protección, alimento, calor humano, hacerlo sentir en familia, darle calidad de vida. Eso es aprender luego para la vida misma como valor cristiano. Luego hubo un pato del cuál el señor Quitian dio testimonio de su cariño que, al no tenerlo más, supo de la ausencia y soledad de una compañía cuando esta parte; y sin ir más lejos, de un par de mininos que aparecieron en los sótanos y que bajo el cuidado de Orlando tuvieron a raya a unos no muy amigos los roedores.

 

 

Creo que, en el Liceo, más allá de unas cuantas anécdotas está de presente la búsqueda de una armonía con la naturaleza, porque esta nos ejemplariza en la rutina, en diario transcurrir el sentido de la vida misma, de su valor, de la calidez humana que se asoma en lo inverosímil, en lo simple, en aquello que no está en el libreto pedagógico pero que cala de tal forma que uno valora en las personas y en su accionar el mismo ejemplo del cual todos podemos beber: cuidemos, acojamos, demos calor al necesitado, alimento al hambriento, protección al desvalido, oportunidad al débil. Por eso, enseñar, muchas veces, no requiere títulos encumbrados ni discursos grandilocuentes, no. Enseñar es también ubicarse en un lugar y en un tiempo para mostrar que la vida está ahí y que es necesario compartirla para que esta sea seguida como el que ara en el campo y de sus semillas otros comerán.

Finalmente, antes de pedir las llaves y perderme entre la última sombra de un amanecer esquivo, él me dijo que, si no sería posible que cuando se fuera, podría volver y recordar quien lo cuidó como signo de gratitud. Solo en ese momento le dije que posiblemente sí; entonces, recordé a Whitman muy sabiamente: “No desfallezcas si no me encuentras pronto. Si no estoy en un lugar, búscame en otro. En algún lugar te estaré esperando…”

La jornada estaba por empezar… solo que en algún arbusto un nido vacío se encontraba.

 

 

Alberto Puentes Peralta
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